La guerra entre Rusia y Turquía comenzó tras la exigencia de la primera al Sultán turco de que le cediera la protección de todos los cristianos ortodoxos que habitaban en el Imperio turco. La negativa del Sultán provocó el inicio de las hostilidades entre ambos países en noviembre de 1853. La victoria rusa era previsible y estos invadieron Moldavia y Valaquia (en el Danubio).
El temor del resto de potencias ante la previsible expansión rusa a costa del Imperio turco no se hizo esperar. Franceses y británicos presionan para llegar a un acuerdo. La reunión se celebró en Viena, pero las exigencias rusas no son aceptadas ni por Turquía ni por franceses ni británicos.
El 25 de marzo de 1854, la coalición entre Francia, Reino Unido y el Reino de Piamonte declaran la guerra a Rusia y mandan un ejército para ayudar a los turcos en la recuperación de los territorios perdidos. Tras los primeros enfrentamientos, los aliados se deciden a dar el golpe definitivo a la Rusia zarista con la invasión de la Península de Crimea y el asedio de la ciudad fortificada de Sebastopol a finales de 1854. Se sucedieron intensos combates hasta que en los últimos meses del año 1855 cae la ciudad.
Rusia es derrotada y se firma el Tratado de París en febrero de 1856, en el que se frenan las aspiraciones expansionistas rusas en el Mediterráneo y en Oriente Medio. El Imperio turco, bajo la tutela Occidental, prolongará su agonía hasta el final de la I Guerra Mundial.
El coste humano de la guerra, tanto en víctimas civiles como militares fue enorme, no sólo producto de los combates, sino también de epidemias, naufragios…
Como hechos novedosos destacar que es la primera contienda que es seguida por corresponsales de guerra y la labor de Florence Nightingale que dirigió a un grupo de enfermeras que se dedicaron a atender a los heridos en los combates, con la experiencia adquirida reformó e impulsó la enfermería, siendo considerada la madre de la enfermería moderna.
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