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lunes, 21 de diciembre de 2020

"El David" de Miguel Ángel

Contemplar el David impresiona. Hace años, cuando fuimos a Florencia con nuestros alumnos del Instituto de Santa Marta, pude observar la emoción en sus ojos y el impacto que provocaba la obra en ellos y, por supuesto, también, en mi.

Una obra de más de cuatro metros de altura, complicada, si tenemos en cuenta que el bloque de mármol disponible para su ejecución era demasiado estrecho y fue rechazado por otros escultores contemporáneos; de una  ejecución maestra, donde destaca la perfección en la representación de la musculatura, así como de venas y tendones del personaje; que, además, transmite la tensión que precede al enfrentamiento con el gigante y temible Goliat, con esa mirada y actitud pensativa, pero que a la vez  refleja la resolución en su acción.

La obra es de una belleza inigualable y se convirtió en el símbolo de la ciudad de Florencia, una ciudad, por otra parte, que refleja tanta belleza que abruma.

Miguel Ángel Buonarroti es el artista por excelencia. Pintor, escultor y arquitecto genial, representa como nadie el artista polifacético del Renacimiento, la perfección. Sus obras se han convertido en iconos del arte: la cúpula de San Pedro del Vaticano, las pinturas de la Capilla Sixtina (La Creación y El Juicio Final), la Piedad, El Moisés, El David... Miguel Ángel decía que él sólo se limitaba a sacar lo que el bloque de piedra contenía en su interior, como si sus ojos pudieran contemplar mágicamente lo que podía sacarse de cada una de ellas.

Dicen que Rafael fue un artista muy querido y demandado en la época por su maestría pictórica y por su buen trato, ese que le faltaba a nuestro Miguel Ángel, cuyo mal genio era  conocido, pero es que Dios  debió de pensar que no podía darle tantas virtudes a un sólo hombre.

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