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martes, 28 de junio de 2011

Villafranca y la conquista americana


Villafranca de los Barros, localidad extremeña, convertida en villa por el maestre de la Orden de Santiago, don Fadrique, a mediados del siglo XIV y que pertenecía a la provincia de León de dicha Orden, aportó a la conquista americana, según don Vicente Navarro del Castillo, la cantidad de 37 personas. Casi todas ellas actuaron en territorio peruano y chileno, siguiendo a otros insignes extremeños, menos tres de ellos que actuaron en el territorio de Nueva Granada (en los actuales territorios de Colombia, Venezuela y Ecuador), y algún otro que actuó en la zona Centroamericana.
Dentro de estos, destacaremos a tres personajes: el Capitán Bartolomé Camacho Zambrano, el funcionario real Juan de Carvajal y el conquistador y encomendero García Aguilar.
Bartolomé Camacho Zambrano, participó en la conquista de Colombia y en la fundación de la ciudad de Santa Fe de Bogotá siguiendo a Gonzalo Jiménez de Quesada, y fue fundador de la ciudad de Tunja bajo el mando del capitán Gonzalo Suárez Rendón.
Este villafranqués llegó a la costa de Colombia, concretamente a la ciudad de Santa Marta, con la expedición del gobernador Pedro Fernández de Lugo, en 1535. Posteriormente, se enrola en las filas de Jiménez de Quesada para iniciar la exploración del territorio colombiano. En esta expedición tuvo una participación destacada, puesto que llegó a Capitán. Además, se narra un hecho ocurrido en la misma, en que nuestro protagonista tendrá una actuación heroica. Camacho y el resto de expedicionarios, que componían los cinco barcos que surcaban el río Magdalena, siguiendo a Jiménez de Quesada, tras varios días de privaciones y con un hambre acuciante, vieron una canoa con cuatro indios en la orilla contraria cargada de provisiones que estos llevaban para alimentar a su tribu; sin dudarlo, Camacho se lanzó al río en solitario, llegó a la orilla contraria, tras luchar contra la corriente, y se enfrentó a los cuatro indios, a los que venció y ató, regresando después con la canoa llena de provisiones, lo que permitió a la expedición matar el hambre durante algunos días.
De los 800 hombres que partieron con Jiménez de Quesada, el hambre, las enfermedades y los enfrentamientos con los indígenas redujeron la expedición a 170 en 1538, cuando se funda la ciudad de Santa Fe de Bogotá. Al año siguiente, siguió al capitán Suárez Rendón en la conquista y fundación de la ciudad de Tunja, donde se dice que obtuvo extraordinarias riquezas del reparto efectuado tras la conquista y será en esta ciudad donde finalmente ubicará su residencia.
Desde allí reclamó a su esposa, la villafranquesa Isabel Pérez de Cuellar, con la que tuvo tres hijas, que dejarán amplia descendencia en la zona.
Sabemos que murió después de 1584.
Juan de Carvajal, cuyo verdadero nombre parece ser Juan Muñiz de Carvajal, posiblemente nació en nuestra localidad, fue un personaje con luces y sombras que actuó en la conquista del territorio venezolano.
Su llegada a Venezuela se produce con la segunda o tercera expedición alemana a este territorio, sobre 1529, y actuará de escribano público hasta su nombramiento como Procurador General de la Provincia.
Carlos I había concedido la explotación de parte del territorio venezolano a la familia de banqueros alemanes Welser, quienes tenían el compromiso de explorar, pacificar el territorio, fundar ciudades y proteger a los naturales. Pero, la avidez de los banqueros alemanes en busca de metales preciosos, hicieron que no cumplieran las cláusulas del pacto y, Juan de Carvajal, como Procurador General de la Provincia, acusa a los Welser de incumplir las cláusulas de las capitulaciones y de los negativos métodos de explotación utilizados. Tras el juicio, celebrado en 1540, Carvajal pasará a Santo Domingo como relator de la Real Audiencia hasta finales de 1544, en que es nombrado gobernador interino de la provincia de Venezuela en sustitución del titular Felipe Hutten, de quien no se tenía noticias desde hacía varios años en que iniciara una expedición por el interior del territorio y a quien se le daba por muerto. Llegado a Santa Ana del Coro, en la costa de Venezuela, ve el estado de pobreza en que está sumida la ciudad y, entonces, resuelve llevarse a las familias de la ciudad hacia otra zona más fértil, donde puedan dedicarse al cultivo y a la cría de animales, fundando la ciudad de El Tocuyo en diciembre de 1545, iniciando con ello el poblamiento del interior de la provincia venezolana.
Al año siguiente, tras cinco años perdidos buscando el mítico “El Dorado”, regresa el capitán general Felipe Hutten y, enterado de la nueva fundación y de su sustitución por Juan de Carvajal como gobernador de la provincia, le pide cuentas encolerizado produciéndose un altercado en el que Carvajal es agredido con el palo de una lanza por Bartolomé Welser (hijo de los banqueros), que acompañaba a Hutten; desarmando, a continuación, los soldados de este a los de Carvajal y llevándose los caballos de estos. Carvajal, sumamente enojado prepara una partida que alcanzan en el camino a las tropas del alemán, comenzando una nueva discusión violenta que acaba con la decapitación de Hutten, Bartolomé Welser y tres soldados españoles que acompañaban a la comitiva de los alemanes, por mandato de Carvajal.
Carvajal será arrestado y su suerte estaba echada, puesto que los familiares de los ejecutados alemanes eran amigos personales del rey Carlos I. En el juicio, el extremeño, exculpó a sus hombres, asumiendo la responsabilidad de la acción. Se le castiga a ser atado a la cola de un caballo y ser arrastrado hasta la plaza pública donde morirá ahorcado en 1546.
Este funcionario real cumplió fielmente con los deberes de su cargo poblar y defender la ciudad fundada, intentar mejorar la vida de las familias asentadas en la costa venezolana, dándose cuenta de que la verdadera riqueza de esta zona estaba en la explotación de sus ricas tierras; sometió a una enorme disciplina a los españoles de El Tocuyo para que cumpliesen las leyes y respetasen a los indígenas. No se le puede acusar de ambicioso, ya que murió en la pobreza, tal y como puso de manifiesto el juez de la Real Audiencia de Santo Domingo en su informe, señalando que las deudas del reo montaban más que el valor de sus bienes. Pero, su acción criminal y las circunstancias le llevarán a este trágico fin.
García Aguilar, es el tercero de los conquistadores que queremos resaltar, en 1517 se encuentra en Cuba y, al año siguiente, participa en la expedición de Grijalva al Yucatán (México), aunque sin éxito. Regresa a Cuba y, en 1520, se une a la expedición de Pánfilo de Narváez hacia Nueva España, organizada por el gobernador Velázquez tratando de capturar a Hernán Cortés. Cortés derrota a Narváez y muchos de sus hombres se pasaron a las filas del conquistador extremeño; entre ellos, García Aguilar, quien estará en los sucesos de la Noche Triste, donde los españoles tienen que huir de Tenochtitlán (ciudad de México) al ser atacados por los aztecas. Aguilar, será uno de los pocos españoles que consigue escapar vivo, aunque herido. Participará en numerosas campañas siendo herido bastantes veces.
Posteriormente, acompañará a Pedro de Alvarado en la conquista de Guatemala, obteniendo varias encomiendas por sus servicios.
Se casó con María de Ayala.
Retirado de la conquista porque las heridas recibidas le habían dejado manco y cojo, fue alcalde de la Ciudad de los Ángeles de Puebla en 1534. Sabemos que murió bastante anciano, pues hacia 1571 aún vivía.
Fuentes:
  • Wikipedia
  • Navarro del Castillo, Vicente: “La epopeya de la raza extremeña en Indias”. Mérida, 1978 (consultado en http://www.paseovirtual.net).
  • López Martínez, Mario: “Conquistadores extremeños”. Ediciones Lancia. León, 2007.
  • Solís Sánchez Arjona, Antonio de: Villafranca en la Historia. El autor. Badajoz, 2000.

lunes, 27 de junio de 2011

Cuestión de honor

El honor era allá por los siglos XVI y XVII algo tan preciado e importante para el buen nombre de una familia, como el dinero o la fama hoy día, pareciéndome más digno lo primero que lo actual. Bueno, a lo que vamos, quiero relatar hoy dos hechos de dos personajes españoles que tenían en tan alta estima el honor familiar y el servicio a su país, que merecen la pena resaltar.
El primero se refiere al Gran Duque de Alba, don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, quien siendo ya viejo y estando enfermo tuvo noticias de que su hijo don Fadrique, al mando de las tropas que asediaban la ciudad de Haarlen, allá por 1573, estaba a punto de abandonar dicho asedio por las pérdidas humanas que estaba teniendo el mismo para nuestro ejército, a lo que el Gran Duque respondió mandando una dura carta a su hijo en la que decía algo así como que si abandonada el asedio sin rendir la ciudad no le tendría por hijo y que si moría en el asedio, él mismo iría a reemplazarle, y si encontrase también la muerte, sería su madre la que iría a acabar la tarea que ninguno de los dos habían sido capaz de terminar. Ante estas palabras, don Fadrique, al mando de los tercios españoles, continuó el asedio, consiguiendo, finalmente, tras una penosa lucha y la pérdida de unos 4.000 soldados, que la ciudad de Haarlen cayese en manos hispanas.
La segunda historia se refiere al Capitán General de Flandes, don Ambrosio de Spínola, el que aparece en el cuadro de Velázquez de La rendición de Breda, quien muere en 1630 y dicen que debido a su delicado estado de ánimo debido a dos enormes disgustos. El primero fue la rescisión de sus plenos poderes en Italia por la Corona española, pero fue más duro el segundo, la noticia de que su hijo Felipe, al mando de una unidad de caballería, no había podido parar a los franceses frente al puente de Cariñán. Al tener conocimiento de ello y preguntar si su hijo había resultado muerto, herido o prisionero y encontrar una respuesta negativa para las tres, cayó en una profunda depresión que lo dejó sin habla, pues su hijo estaba sin honor y eso era peor que la muerte.

sábado, 11 de junio de 2011

Ser padres

Me gusta mucho la frase del periodista norteamericano Hodding Carter referida a los padres, que dice así “sólo dos legados duraderos podemos dejar a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas”.

Los padres aportamos a los hijos un nombre y unos apellidos, un lugar donde viven su infancia y su juventud, una casa que será siempre la suya, donde estos acudirán siempre que lo necesiten a encontrar apoyo, ayuda, sosiego…

Pero, aparte de ello, y en el sentido literal del término, los padres somos las raíces que nutrimos a nuestros hijos, el sustento y el apoyo que ellos necesitan, no sólo para cubrir sus necesidades básicas, alimento, vestido, protección…, sino que somos quienes dotamos a nuestros hijos de cariño, patrones, valores y conocimientos.

Si los padres aportamos los elementos que necesitan nuestros hijos, si le damos la seguridad y la fortaleza necesaria, estos crecerán con un tallo y unas hojas fuertes, si no será como una planta raquítica falta del sustrato que la haga crecer adecuadamente y que le permita encontrar un hueco en el bosque social en el que nos desenvolvemos.

No es fácil educar a los hijos ni nadie nos enseña, seguimos los patrones adquiridos y nos guían tanto el corazón como la razón. Lo que sí está claro es que requiere una acción y una dedicación constantes, y que no siempre se tienen las fuerzas necesarias para ello, sobre todo en la sociedad actual que nos exige tanto y nos tensiona más. Pero, si detenemos este mundo, con este ritmo frenético que nos atrapa y pensamos con claridad, nos queda la certeza de que no hay nada en este mundo por lo que merezca más luchar que por ellos. Por tanto, releguemos lo secundario y centrémonos en lo esencial, en ellos. Es fácil decirlo, no es tan fácil llevarlo a la práctica.

Lo segundo, que legamos a nuestros hijos son las alas, unas alas fuertes que les permitan volar, no sé si importa lo lejos o lo alto que vuelen, pero al fin al cabo se trata de volar y, llegado el momento, los padres les daremos esa libertad a los hijos para que vuelen solos. Si les proporcionamos unas alas fuertes, cargadas de amor, valores y conocimientos, volarán mejor y su vida será más feliz, más plena.

Es necesario hacerles ver que vivir es volar, no estar nunca quietos, es tener metas por las que luchar, ilusiones por las que sentir y vivir, esfuerzo para mejorar…, en ello coincido con el ilustre médico español Gregorio Marañón, que al respecto de la vida decía…

“Vivir no es sólo existir,

sino existir y crear,

saber gozar y sufrir

y no dormir sin soñar.

Descansar, es empezar a morir.”